Desde hace ya treinta años el artista Nils-Udo deja regularmente su lugar de residencia habitual, la Alta Baviera alemana, para trabajar por todo el mundo: Estados Unidos, Japón, Irlanda, Isla Reunión, Lanzarote… Aunque sus fotografías, pinturas e instalaciones tienen ciertas afinidades superficiales con el land art, Nils-Udo es, ante todo, el principal representante de una nueva categoría de artistas que trabajan en y con la naturaleza, haciendo gala de un estricto respeto por el medio ambiente.
¿Qué le parece más apropiado para analizar su
trabajo, hablar de un intento de «integración» en esa naturaleza o más
bien de «intervención»?
Los dos conceptos son válidos. Mi intención siempre ha sido mostrar
aquello que ya existía y, simplemente, he buscado un pretexto para
hacerlo. Por eso trato de integrarme de la manera más leve, de estar lo
menos presente que me sea posible para lograr abrir un espacio natural y
transformarlo suavemente en una obra de arte sin apenas modificarlo o
sin modificarlo en absoluto. Lo que quiero es llamar la atención del
espectador sobre los fenómenos naturales que sitúo en el marco de una
instalación. No obstante, lo cierto es que también estamos forzados a
actuar, a intervenir. Con un mínimo gesto, ya estamos presentes, lo
queramos o no. Y además, siempre dañamos y destruimos. Hablar de
intervención implica necesariamente hablar de destrucción. De manera que
todo mi trabajo se basa, de algún modo, en una contradicción
fundamental: al actuar sobre la naturaleza, la daño a pesar de mí mismo,
daño aquello que quiero mostrar.
Su último viaje ha sido a Venezuela. ¿Qué ha hecho allí?
Llegué allí sin prejuicio alguno, sin ideas preconcebidas. Tenía sólo
una semana para hacer algo: ¡muy poco tiempo! En seguida descubrí los
magníficos manglares y el segundo día por la noche ya había decidido que
mi trabajo consistiría en hacer algo con las famosas raíces del mangle.
Pero, desafortunadamente –o, mejor dicho, afortunadamente–, todas las
raíces de los manglares de la región están protegidas. Así que dos días
antes de mostrar la obra decidí trabajar con un mangle sin tocarlo. Puse
tierra alrededor de la las raíces que el mangle tenía en tierra firme y
dibujé con arena calcárea muy blanca, siguiendo la forma de las raíces,
imitando el movimiento del agua, que cubría la otra mitad de la base
del árbol. Mi dibujo en el suelo mostraba el ir y venir del agua y
pretendía ensalzar esa magnífica planta, recortarla del paisaje.
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