Nils-Udo



La obra de Nils-Udo está íntimamente ligada a la naturaleza desde perspectivas diversas: desde la pura vivencia y el contacto con el paisaje y con el medio natural, pasando por ciertas afinidades con la tradición del land-art como corriente artística desarrollada desde los años sesenta, hasta la consideración y reivindicación de los propios elementos de la naturaleza como materia prima de su obra. Troncos, piedras, flores, hojas, arena, sal, entre otros muchos, son los materiales con los que Nils-Udo trabaja e interviene con sus propias manos, para transformarlos en alegorías, metáforas y símbolos de una innegable riqueza visual, combinada con una alta intensidad poética. Estas intervenciones y manipulaciones, escrupulosamente respetuosas con el medio ambiente, son después registradas por su cámara para convertirse en obra fotográfica que recoge estas alquimias ecológicas, arreglos y escenografías premeditados, pero, al mismo tiempo, convertidos también en momentos únicos por la acción fotográfica.


Desde hace ya treinta años el artista Nils-Udo deja regularmente su lugar de residencia habitual, la Alta Baviera alemana, para trabajar por todo el mundo: Estados Unidos, Japón, Irlanda, Isla Reunión, Lanzarote… Aunque sus fotografías, pinturas e instalaciones tienen ciertas afinidades superficiales con el land art, Nils-Udo es, ante todo, el principal representante de una nueva categoría de artistas que trabajan en y con la naturaleza, haciendo gala de un estricto respeto por el medio ambiente.




¿Qué le parece más apropiado para analizar su trabajo, hablar de un intento de «integración» en esa naturaleza o más bien de «intervención»?
Los dos conceptos son válidos. Mi intención siempre ha sido mostrar aquello que ya existía y, simplemente, he buscado un pretexto para hacerlo. Por eso trato de integrarme de la manera más leve, de estar lo menos presente que me sea posible para lograr abrir un espacio natural y transformarlo suavemente en una obra de arte sin apenas modificarlo o sin modificarlo en absoluto. Lo que quiero es llamar la atención del espectador sobre los fenómenos naturales que sitúo en el marco de una instalación. No obstante, lo cierto es que también estamos forzados a actuar, a intervenir. Con un mínimo gesto, ya estamos presentes, lo queramos o no. Y además, siempre dañamos y destruimos. Hablar de intervención implica necesariamente hablar de destrucción. De manera que todo mi trabajo se basa, de algún modo, en una contradicción fundamental: al actuar sobre la naturaleza, la daño a pesar de mí mismo, daño aquello que quiero mostrar.


Su último viaje ha sido a Venezuela. ¿Qué ha hecho allí?
Llegué allí sin prejuicio alguno, sin ideas preconcebidas. Tenía sólo una semana para hacer algo: ¡muy poco tiempo! En seguida descubrí los magníficos manglares y el segundo día por la noche ya había decidido que mi trabajo consistiría en hacer algo con las famosas raíces del mangle. Pero, desafortunadamente –o, mejor dicho, afortunadamente–, todas las raíces de los manglares de la región están protegidas. Así que dos días antes de mostrar la obra decidí trabajar con un mangle sin tocarlo. Puse tierra alrededor de la las raíces que el mangle tenía en tierra firme y dibujé con arena calcárea muy blanca, siguiendo la forma de las raíces, imitando el movimiento del agua, que cubría la otra mitad de la base del árbol. Mi dibujo en el suelo mostraba el ir y venir del agua y pretendía ensalzar esa magnífica planta, recortarla del paisaje.

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