Anna Maria Maiolino






A primera vista, el trabajo de Maiolino parece tocado por una ligereza que desaparece progresivamente según avanza la exposición y nos fijamos en los detalles de su laboriosa y metódica producción. Cada vez se hace más evidente la importancia que tienen para su creadora la técnica, la forma y la materia. Sobre esos tres ejes, construye un corpus en mutación permanente, abierto a la exploración en cualquier medio o disciplina. Piezas en las que transitan evocaciones sobre la identidad, alusiones a la situación política de Brasil durante la dictadura y un aliento audazmente imaginativo, enriquecido por una pátina poética que centuplica el voltaje de su significado y sentido. Visto en contexto, Anna Maria Maiolino hace de todo y en todo logra una excelencia que proviene al mismo tiempo de la curiosidad y de la experimentación, del apasionamiento y del rechazo a los lugares comunes, dejando claro que estos son asuntos tanto de elección como de compromiso.
Quizás cueste reconocer a Anna Maria Maiolino como una artista emblemática del siglo XX, aunque haya demostrado tanto durante su ininterrumpida trayectoria en cantidad, en calidad y en singularidad. El amplio espectro de temas, intereses y actitudes que pueblan su proyecto no sigue un desarrollo lineal y exigen la atención del espectador y toda su capacidad reflexiva. La suya no es, pues, una invitación a la simple contemplación. Los distintos registros de su trabajo, cargados de simbolismo y repletos de sentido, se convierten, a través de sus conexiones arteriales, en un espectáculo lleno de encanto y misterio donde resulta muy difícil destacar una obra por encima de otra. Dice el escritor Vicente Núñez que sólo la poesía desobedece al lenguaje: lo desobedece para someterlo. Anna Maria Maiolino lleva el sofisma a su máxima expresión y lo aplica a su trabajo para arrancarle al arte momentos de belleza insólita que exigen, con magnetismo, la decisión de mirar.
 La artista siempre presentó una preocupación por encontrarse a sí misma, encontrar una identidad. Buscó un lenguaje propio dejando de lado ciertos pudores.
“Perdí la lógica, la obligación de ser coherente, me liberé de la catequesis. Gané libertad”

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